(Continuación de La flor más delicada, parte II)
La tercera palabra vino mucho más tarde y te la dije yo. Fueron muchas más, en realidad. Y tú las escuchaste todas con la cabeza inclinada sobre mi pecho, mirando de reojo, atemorizada por la idea de que alguien pudiera descubrirnos. Sé que eso te preocupaba, porque mostrabas miedo y angustia en tus ojos.
Traté de tranquilizarte, asegurándote que nadie podría oírnos en este callejón oscuro, que las palabras se perderían en la noche y serían nuestro secreto. Al principio te resististe suavemente al Amor, pero finalmente, tras abrazarme con insólita violencia y retorcerte entre espasmos de pasión, dejaste la marca de tus níveos dientes en mi piel en un arrebato de lujuria, antes de entregarte por completo al placer, yaciendo inmóvil, con los ojos cerrados, sumida en tal júbilo gozoso que las lágrimas de felicidad brotaban incontenibles de tus párpados, cerrados con fuerza inusitada.
Explorándote con infinito cuidado, mi boca bajó a ayudar a mis dedos. De repente, como un rayo de sol que se abre paso entre las nubes, entendí el por qué de tu reticencia inicial, cuando mis uñas rompieron la delgada fibra que nadie había traspasado jamás.
1 comentario:
Mira que voy viniendo por aquí... Pero no hay manera, nunca hay nada nuevo :(
Publicar un comentario