De la noche que me faltaste

martes, 1 de mayo de 2007

Tengo miedo. Qué absurdo.

Estaba en una especie de hotel. Era por la noche y yo estaba vestido con mi ropa de ir en moto en una especie de patio crudo y frío que hacía las veces de entrada. Sabía que la gente estaba dentro. La luz de sus risas se escapaba por las comisuras de los labios de las ventanas, cerradas a cal y canto para dejar a la noche bien fuera. ¿Qué estaba haciendo? No lo sé. Estaba allí apoyado en algo, y por algún motivo, la pequeña navaja que siempre llevo conmigo estaba entre mis manos. Entonces apareció ella.

Era una imagen más bien absurda. La cabeza de una chica desconocida, aunque de aspecto simpático, se acercaba dentro de un casco de motorista, arrastrándose trabajosamente por la nieve, aunque no había nieve. En sus labios exhibía una sonrisa y en sus ojos la confianza de aquel que se siente tan ajeno a la violencia que no teme a los demás. Bajo el casco, aunque no se veían, unas pequeñas patas de pollo le ayudaban a desplazarse de un modo más bien bamboleante. Por qué escupí mi crueldad en aquel momento es un misterio para mi.

En mi mejor pose de amenaza y sed de las cosas oscuras que brotan de las almas aterrorizadas, abrí los brazos y desenvainé una sonrisa que se cortaba a través de las mejillas como sajada con un cuchillo. Con los ojos bien abiertos y esa mirada que bien transmite la locura del que disfruta de lo que va a hacer me acerqué suavemente a ella con el cuchillo enhiesto, gorgoteando entre dientes una sonrisa en el fondo de la garganta. Su boca pasó de la risa a un rictus de terror atávico y trató de huir torpemente cuando la cogí entre mis brazos. Su pavor me golpeó como una maza y resbaló como sangre por mi nariz, dejando un sabor metálico en mi boca. Su miedo agitó mi cerebro dolorosamente. Me sentí terriblemente mal. Me intenté disculpar, pero ella se limitó a llorar desconsoladamente. Creo que le pregunté si quería que la llevara adentro, con los demás, y puede que asintiera.

Supongo que lo hice. Qué absurdo.

¿Qué me ha pasado? Nunca había tenido una pesadilla en la que el terror y el malestar no fueran míos, sino que los experimentara a través de otra persona y además se mezclaran con un sentimiento de culpa pesado como una losa. ¿Eso es una pesadilla por empatía? Es feo. Es horrible.

Ahora he explorado la idea y cuando trato de dormir surgen palabras en mi mente. Las veo escritas. Sé que no quiero saber lo que me gritan. Cuando las miro están hechas de hueso y se transforman brutalmente en colmillos que se despliegan de una forma aterradora. Sé que buscan mi carne. No puedo dormir. ¿Si estuvieras aquí me protegerías de ellas? Me levanto. No puedo dormir. Tengo que apretar los dientes para encender la pantalla del ordenador, porque en este estado, mi imaginación desbocada se aprovecha de cualquier objeto para dar rienda suelta a la creatividad. Me imagino una cara que me mira cuando enciendo la pantalla. Me da miedo. Me da miedo. La desafío. Adopto la mirada del héroe. Aprieto los dientes y me mantengo firme. "¿Qué quieres? Aquí me tienes. Acabemos con esto de una vez". En la pantalla aparecen suavemente los contornos de algo. Es el logo de Windows. Bien.

Me siento y te escribo. Afortunadamente no tengo pesadillas a menudo. Cuando las tengo no puedo dormir en mucho rato. Intento no pensar en nada.

Espero dormirme ahora. Qué absurdo.

Podrías estar aquí.

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